Las imágenes de esta página han sido realizadas por José Luis García y Miguel Ángel García

Llegó junto a Pilar, su compañera. Cansado, con un viaje a las espaldas, pero puntual y directo a probar sonido.
Después nos sentamos un rato a conversar en el patio, recordando viejos tiempos, haciendo cuenta de los años, de las cosas pasadas y presentes, esperando que llegara nuestra gente para disfrutar de lo que fue uno de esos encuentros plagados de emociones.
Porque todo en Rafael emana emoción, compromiso con las tierras que habita, ternura, humor y poesía.
Tras el verano, regresará a Argentina, donde ha establecido definitivamente su residencia. Por eso y por la cercanía, ha sido un lujo tenerle con Kali Panoa, entre amigos.
Después nos sentamos un rato a conversar en el patio, recordando viejos tiempos, haciendo cuenta de los años, de las cosas pasadas y presentes, esperando que llegara nuestra gente para disfrutar de lo que fue uno de esos encuentros plagados de emociones.
Porque todo en Rafael emana emoción, compromiso con las tierras que habita, ternura, humor y poesía.
Tras el verano, regresará a Argentina, donde ha establecido definitivamente su residencia. Por eso y por la cercanía, ha sido un lujo tenerle con Kali Panoa, entre amigos.

Aquel chaval que subió por primera vez a las tablas en su pequeña escuela rural de la Plaza de Vallehermoso en Córdoba, Argentina, ya nunca más dejó de compartir su talento.
Y lo hace así, desde la humildad que sólo tienen quienes llevan en la mochila la sabiduría de tantos caminos andados, de tantas vidas en una: “Durar no es estar vivo, vivir es otra cosa”.
Así, como si el tiempo no pasara, fue que salió a nuestra alfombra, que no escenario, el mismo Rafael habitual de La Toldería y el Rincón del Arte Nuevo. El mismo que en 1983, junto a Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino, en el Teatro Salamanca de Madrid, echó un pulso al término despectivo “sudaca” para transformarlo en el título de un espectáculo reivindicativo de la identidad universal de todo ser humano.
Y lo hace así, desde la humildad que sólo tienen quienes llevan en la mochila la sabiduría de tantos caminos andados, de tantas vidas en una: “Durar no es estar vivo, vivir es otra cosa”.
Así, como si el tiempo no pasara, fue que salió a nuestra alfombra, que no escenario, el mismo Rafael habitual de La Toldería y el Rincón del Arte Nuevo. El mismo que en 1983, junto a Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino, en el Teatro Salamanca de Madrid, echó un pulso al término despectivo “sudaca” para transformarlo en el título de un espectáculo reivindicativo de la identidad universal de todo ser humano.
“Dentro de las contradicciones que son la vida, dependiendo del camino y compromiso que uno asuma, habrá una lucha. Muchos dicen que con canciones no se puede cambiar nada, pero lo cierto es que cada cambio tiene sus canciones”
Entre recuerdos, chistes con forma de anécdotas, chascarrillos y casi dos horas de concierto, Rafael nos fue sumiendo en su mundo, en un “in crescendo” que logró que termináramos haciéndole los coros como Fuenteovejuna en “Corazón libre” y también que algunas lágrimas asomaran cuando llegó el final y nos regaló una de las canciones que más actualidad tienen en este mundo marginador e inhumano que hoy nos toca habitar:

No me llames extranjero porque haya nacido lejos,
o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.
No me llames extranjero porque fue distinto el seno
o porque acunó mi infancia otro idioma de los cuentos.
No me llames extranjero si en el amor de una madre
tuvimos la misma luz en el canto y en el beso
con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho.
No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo,
mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo.
No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego
calmen mi hambre y mi frío, y me cobije tu techo.
No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo,
tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego,
y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño.
Y me llamas extranjero porque me trajo un camino,
porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares,
y un día zarpé de otro puerto,
si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos
y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos,
y los amigos que nos nombran y son iguales los rezos
y el amor de la que sueña con el día del regreso.
No, no me llames extranjero, traemos el mismo grito,
el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre
desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,
antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños,
ellos son, ellos son los que inventaron esta palabra: extranjero.
No me llames extranjero, que es una palabra triste,
que es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.
No me llames extranjero, mira tu niño y el mío
cómo corren de la mano hasta el final del sendero,
no los llames extranjeros, ellos no saben de idiomas,
de límites, ni banderas, míralos, se van al cielo
por una risa paloma que los reúne en el vuelo.
No me llames extranjero, piensa en tu hermano y el mío,
el cuerpo lleno de balas besando de muerte el suelo,
ellos no eran extranjeros, se conocían de siempre
por la libertad eterna e igual de libres murieron.
No me llames extranjero, mírame bien a los ojos,
mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo,
y verás que soy un hombre, no puedo ser extranjero.
o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.
No me llames extranjero porque fue distinto el seno
o porque acunó mi infancia otro idioma de los cuentos.
No me llames extranjero si en el amor de una madre
tuvimos la misma luz en el canto y en el beso
con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho.
No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo,
mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo.
No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego
calmen mi hambre y mi frío, y me cobije tu techo.
No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo,
tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego,
y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño.
Y me llamas extranjero porque me trajo un camino,
porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares,
y un día zarpé de otro puerto,
si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos
y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos,
y los amigos que nos nombran y son iguales los rezos
y el amor de la que sueña con el día del regreso.
No, no me llames extranjero, traemos el mismo grito,
el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre
desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,
antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños,
ellos son, ellos son los que inventaron esta palabra: extranjero.
No me llames extranjero, que es una palabra triste,
que es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.
No me llames extranjero, mira tu niño y el mío
cómo corren de la mano hasta el final del sendero,
no los llames extranjeros, ellos no saben de idiomas,
de límites, ni banderas, míralos, se van al cielo
por una risa paloma que los reúne en el vuelo.
No me llames extranjero, piensa en tu hermano y el mío,
el cuerpo lleno de balas besando de muerte el suelo,
ellos no eran extranjeros, se conocían de siempre
por la libertad eterna e igual de libres murieron.
No me llames extranjero, mírame bien a los ojos,
mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo,
y verás que soy un hombre, no puedo ser extranjero.
Y compartimos una cena juntos, y seguimos charlando. Llegó la hora de irse cuando nos habíamos olvidado, ellos también, que habían llegado cansados. Otro maestro entre nosotros, otro histórico que hemos tenido la oportunidad de gozar, y seguramente no será la última vez que lo hagamos, ya le estamos esperando de nuevo.