De nuevo una tarde especial en Kali Panoa: iba a ser un monólogo del actor Carlos Olalla; y sí, lo fue, pero también el descubrimiento, o el recuerdo, de alguien que merece la pena no ser olvidado, que hay que rescatar de un limbo sin sentido como se recupera lo bueno que se ha quedado en el camino: Rafael Lorente. Ya hemos contado aquí quién fue.
No éramos muchos, pero lo vivimos atentos, sobrecogidos, con alguna sonrisa inevitable. Alcanzados a veces por el dramático momento de nuestra propia historia común, y en todo momento envueltos por la ternura con que nos llegaba la voz del hombre, del poeta que nunca existió.
No éramos muchos, pero lo vivimos atentos, sobrecogidos, con alguna sonrisa inevitable. Alcanzados a veces por el dramático momento de nuestra propia historia común, y en todo momento envueltos por la ternura con que nos llegaba la voz del hombre, del poeta que nunca existió.
Con el añadido emotivo y mágico de que en un momento determinado, Olalla sentencia que Rafael Lorente en parte sigue viviendo aquí y ahora, a través de su compañera, Cristina Maristany.
Esta mujer de calma y belleza se encontraba ahí, delante de un puñado de privilegiados que la siguieron con la mirada, estupefactos por la sorpresa, hasta la pequeña tarima donde, con la voz rota, leyó algunos de sus poemas, intercalados con algunos de los poemas de Rafael, que leyó Carlos.
Entrañable homenaje de Carlos Olalla a su madre, Cristina, compañera de Rafael.
Y el profundo dolor de la ausencia eternamente viva, desde la voz y el gesto de Cristina Maristany.
Esta mujer de calma y belleza se encontraba ahí, delante de un puñado de privilegiados que la siguieron con la mirada, estupefactos por la sorpresa, hasta la pequeña tarima donde, con la voz rota, leyó algunos de sus poemas, intercalados con algunos de los poemas de Rafael, que leyó Carlos.
Entrañable homenaje de Carlos Olalla a su madre, Cristina, compañera de Rafael.
Y el profundo dolor de la ausencia eternamente viva, desde la voz y el gesto de Cristina Maristany.
La representación anduvo sendas más allá de las estrictamente teatrales. Quedamos atrapados por la delicadeza del monólogo, por su sensibilidad, por la rotunda emoción que, una vez más, compartíamos entre amigos y de cerca... siempre de cerca.
Grande Carlos Olalla, quien nos hizo un regalo que disfrutamos como se merecía. Luego, la posibilidad de conversar con él y con su madre, Cristina Maristany, durante la cena que siguió.
Cuando, días más tarde, nos encontramos aquí y allá, aún hablamos del poso que nos dejó el encuentro, de las cosas que descubrimos, de las emociones que perduran.
Fue un magnífico estreno, el ensayo general de una representación que tiene que presentarse ante muchos más públicos, cuando la bestialidad de un IVA del 21% desaparezca y permita a Carlos volver a los escenarios.
Gracias a Carlos, Cristina y Rafael, por su presencia.
Gracias a Mercedes Claudín por su contribución con ese líquido sonido de flauta que sonó subrayando algunos de los momentos.
Gracias a Daniel Claudín por su trabajo técnico, su mirada visual y por estar atento a cualquier necesidad. A Rafa Arroyo, que colaboró también con sus fotografías. A todo nuestro equipo habitual: Neno, Marisa, Merche, Rubén, Borja... Ellos saben que son imprescindibles.
Gracias a nuestra gente y a ese duende particular, que pintó un cielo cuajado de estrellas, para añadir el toque mágico que tan a menudo nos acompaña.
Grande Carlos Olalla, quien nos hizo un regalo que disfrutamos como se merecía. Luego, la posibilidad de conversar con él y con su madre, Cristina Maristany, durante la cena que siguió.
Cuando, días más tarde, nos encontramos aquí y allá, aún hablamos del poso que nos dejó el encuentro, de las cosas que descubrimos, de las emociones que perduran.
Fue un magnífico estreno, el ensayo general de una representación que tiene que presentarse ante muchos más públicos, cuando la bestialidad de un IVA del 21% desaparezca y permita a Carlos volver a los escenarios.
Gracias a Carlos, Cristina y Rafael, por su presencia.
Gracias a Mercedes Claudín por su contribución con ese líquido sonido de flauta que sonó subrayando algunos de los momentos.
Gracias a Daniel Claudín por su trabajo técnico, su mirada visual y por estar atento a cualquier necesidad. A Rafa Arroyo, que colaboró también con sus fotografías. A todo nuestro equipo habitual: Neno, Marisa, Merche, Rubén, Borja... Ellos saben que son imprescindibles.
Gracias a nuestra gente y a ese duende particular, que pintó un cielo cuajado de estrellas, para añadir el toque mágico que tan a menudo nos acompaña.